Si volteas a mirar, podrás encontrarte con muchas caras: las de tus padres y tus hermanos, al levantarte cada día y al llegar tarde a casa después de una jornada de trabajo o de estudios; las de tus abuelos, tíos y primos en visitas casuales; las de tus jefes y compañeros de trabajo, en tu cotidiana agenda de labor; la de tu amado o amada, que es la que más cerca puedes admirar en detalle.
Hay sin embargo un momento en el cual: un detalle, una palabra o un simple gesto que se convierte en detonante, que te ayuda a ver que un rostro puede tener varias caras.
Existen pues, muchos formas de mostrarnos en determinado momento. El ser humano está compuesto de emociones y cuando afloran, sacan de nosotros mismos muchas formas, que muestran al mundo cómo somos en determinado momento o si siempre somos “lo que mostramos.
La pobreza se hace presente en muchos rostros. No me refiero a lo material ni monetario, hay miradas vacías, que ameritan llenarse de algo, de algún sentimiento que les ayude a transmitir vida; hay rostros tristes, opacos, que piden a grito que algo o alguien los remueva y les haga ver que la vida es un precioso regalo; hay expresiones egoístas que nos dejan ver ante los demás, nuestra carencia de solidaridad y nuestro anhelo de poseer cosas a veces hasta innecesarias; hay sonrisas falsas, que nos ayudan a ver cuán ruin e individualista puede ser un humano.
Asimismo, nos topamos en el trajinar con caras que nos dicen también que vale la pena y que hay de todo para escoger. Hay sonrisas auténticas que te contagian y te muestran el significado de ser desprendido; los hay también con una mirada limpia y llena de paz, que te invitan a confiar, a sentirte seguro en una conversación y a buscar apoyo si es necesario; hay rostros firmes, autodependientes y seguros, y sabes que con expresiones como estas, puedes entrar la inspiración y el empuje que a veces te hace falta.
En el peor de los casos, podemos también chocar con realidades que nos pueden quitar el ánimo del trato: esas caras que no invitan a compartir, que se olvidan de los demás y sólo piensan en lo que puedan adquirir; que viven el día a día siempre a la espera de algo o alguien; que no se alegran del bien de otros aunque les conozcan; que solo se preocupan de saber qué obtener en beneficio propio; que no se levantan cada mañana creyendo en algo… estos son los peores, porque solo muestran el rostro de la pobreza de alma, de ser humano, de ser serviles, de ser... simplemente alguien que entienda que todo es transitorio y que lo que vale es sumar cada momento en el que hayamos hecho feliz a alguien, sintiendo esa propia felicidad como si fuera nuestra.
Un abrazo,
AMR