El sábado al
medio día iba transitando la avenida 27 de Febrero y me detuve ante la luz roja
que ya daba el semáforo en la intersección de esta vía con la Winston Churchil.
Me quedo observando a un grupo de limpiavidrios que intentaba, con esponja en
mano y botellita de agua limpiar los cristales de los vehículos de los conductores,
ganándose en la mayoría de los casos el reiterado NO.
Me pongo bien
seria, para que ninguno intente tirarle la esponja al cristal del mío, y uno de
los adolescentes, porque en su mayoría son muy jóvenes, incluyendo menores, se
paró frente a mi vehículo, y con brazos abiertos desafiante me dijo un montón
de cosas que no escuché porque tenía los cristales arriba, pero que supe… por
el lenguaje corporal, que no eran para nada agradables.
Eso me hizo
retroceder a principios del mes de abril de este año, donde los titulares de
prensa resaltaban la medida de la Autoridad Metropolitana de Transporte de
retirar de las vías a los limpiavidrios y vendedores ambulantes, por las
constantes denuncias de agresiones a ciudadanos.
Aquel anuncio
generó un debate tal, que duró varios
días, y la mayoría aprobó la medida porque el ciudadano que anda en la calle
tiene derecho al libre tránsito y a vivir en paz, paz que debe garantizar el
Estado.
Y con esos
titulares en mi cabeza, se sumó en ese
instante la decepción de ver un poco más allá y tratar de entender que esos
jóvenes son víctimas de un sistema que no ha establecido políticas públicas
para que tengan una mejor oportunidad.
Se suma
además en ese momento, la decepción de ver que las autoridades vuelven a
cometer el mismo error de siempre, establecer medidas populistas para ganar
algunos puntos en el momento.
Esos jóvenes
deberían estar educándose, disfrutando de su adolescencia y formándose para ser
productivos en un futuro de manera positiva… pero no, el sistema los hizo hijos
de la calle… esa calle que los forma en la delincuencia y que los expone a lo
inimaginable y a eso se agrega que ese grupo expone a los ciudadanos que salen
a trabajar dignamente, a ser víctimas de su desgracia.
¿Y quién
tiene la culpa? El sistema completo, desde políticos, empresarios, sector
público y privado, que usan el poder para allantar en determinado momento y
lucrarse con la pobreza en todos los sentidos.
Mientras
sigamos así, estableciendo medidas necesarias para la paz ciudadana sin dar
continuidad a las mismas, estaremos haciendo nada, contribuyendo a enterrar el futuro de las generaciones en el
tercermundismo del que no acabamos de salir por la indiferencia y la falta de un
compromiso real.