En estos
últimos meses, me han estado haciendo mucho esta pregunta: ¿eres casada? Y cuando
la respuesta es negativa, proceden a hacerme la segunda ¿pero, tienes novio? Respondo
de igual manera indicando que estoy, obviamente, soltera.
¿Pero cómo
es posible que una mujer como tú, esté soltera? Tranquila, respondo: estoy
soltera hace más de un año, tuve una relación muy larga y entiendo que es un
momento para estar conmigo misma.
El problema
de los patrones culturales, sobre todo el de mi país, es que hay una generación
que entiende que si llegas a determinada edad, cuando pasas de los 30, debes
estar casada y con hijos, porque si no, se preparan para bombardearte y
etiquetarte.
Sí, estoy
soltera, pero en el contexto actual es mejor que estar con alguien y sentir que
no tienes a nadie como recitaba Robin Williams: “Solía pensar, que la peor cosa
en la vida era terminar solo. No lo es. Lo peor de la vida es terminar con
alguien que te hace sentir solo”. ¡Cuánta razón!
No creo en
la frase “un clavo saca a otro clavo”. Las rupturas deben darse su tiempo.
Necesitamos atravesar el duelo y sanarnos hasta que estemos listos para recibir
algo nuevo, con sus defectos y virtudes, pero centrados en el objetivo de
amarnos a nosotros mismos y no desangrarnos por otro, porque al final esto
espanta hasta a quien recibe esa sobrecarga de “amor” disfrazada de complejos y
frustraciones.
A muchos,
puede parecerle extraño que esté soltera, y peor… que rechace peticiones, pero estoy en una
etapa de mi vida en la que aprendo a crecer con lecciones ya aprendidas, claro,
con mis altas y mis bajas porque soy humana y de vez en cuando afloran
debilidades, pero asumiendo las consecuencias y sin dejar que eso me afecte.
La mayoría
de las mujeres está en busca de un príncipe azul. Yo no. Quiero un ser humano
de carne y hueso, que sepa que habrá momentos difíciles que superar, pero que
no se acobarde cuando estos lleguen y lo enfrentemos.
Muchas
hasta lo idealizan, y asumen que quien está en sus vidas, es lo mejor que les
ha pasado, por eso el golpe es demoledor cuando se caen de porrazo ante el
descubrimiento de que no era así. He aquí el error, porque cuando como humanos
actuamos, estamos expuestos a lastimar, a veces hasta involuntariamente, y nada
peor que en determinado momento el telón baje y veas que ese… al que creías un príncipe,
nunca lo fue.
Es entonces
cuando viene el shock y se suma a eso la
frustración. Salir de ahí requerirá tiempo y ayuda, porque solo no se puede. Hará
falta quien nos diga si es necesario a gritos, que estamos equivocadas y que
tenemos que “amarnos” y dejar de centrar todas nuestras fuerzas en algo que no tiene
remedio.
Una vez
escribí sobre la necesidad de amar y ser amado, y del peligro que esto conlleva,
porque nos perdemos a nosotros mismos buscando algo que está bajo nuestros pies
y no más allá de ellos: amarnos en primer orden y darnos nosotros mismos lo que
reclamamos a otros.
No quiero
un príncipe azul, quiero un amigo, un compañero, y por qué no un esposo. En
este momento no creo que sea posible, porque no sé si esté preparada, pero
tampoco lo descarto ni me cierro. Para que eso ocurra debe haber un plan a
corto o mediano plazo, basado en algo que se ha perdido en la mayoría: honestidad, valores,
principios y lealtad.
No quiero
un príncipe, quiero a alguien que sepa que se equivocará en algún momento, pero
que lo admita y se disculpe cuando lo razone.
No quiero un
príncipe, quiero un ser humano que ría, que llore, que ame y que prefiera la
verdad ante la mentira; que prefiera escuchar y también hablar; que prefiera
asumir que la palabra hombre en algunas culturas se distorsiona en detrimento
de la pareja; que le importe más hacer feliz a una que a muchas, porque la
realidad es que cuando el cuerpo y las energías se reparten en muchas o muchos,
se pierde calidad en lo que se entrega y
en la entrega misma; y que si a caso falla, lo admita y crezcamos sobre el
error.
Los
príncipes son ideales inventados que no nos dejan ver que el tema “pareja”
viene con el combo, y ese paquete trae risas, alegrías, pero también lágrimas y
momentos de dolor, pero cuando se crece asumiendo todo eso, la unión es tan
sólida que se entenderá lo importante de amar en cada momento y no angustiarse
pensando en lo que pueda estar haciendo o no el otro cuando no está en nuestro
espacio.
Ese es otro
error: no amar en libertad. Por eso, no quiero príncipes que quieran salvarme
porque me estarían aniquilando. Quiero un ser humano que me ayude a volar y a
emprender.
Al final
del camino, es hermoso cuando hemos llegado con el pelo blanco, sin rencores en
el alma y los sinsabores perdonados, porque la autenticidad del amor, se
fundamenta en dejar ser, pero sin perder la noción de que el amor, es un
negocio, una empresa en donde dos tienen que negociar para moldear las cosas
que nos gustan y las que no. Es una complicidad, porque tampoco somos locos.